sábado, 23 de abril de 2016

Un rocín eterno y un hombre infinito


Don Quijote:  un caballero que no  deserta de su alma









En estos días, "el Quijote" se sorprende de su popularidad y quizás cabalga inquieto y pide de Sancho opinión. Todos piden su autógrafo. Todos se toman con él ,  la "selfie" inmortal. Todos lo quieren en sus programas, en sus fiestas. Sancho dichoso,   hará agenda y propondrá cachet. Si es posible viejos y nuevos dineros,  lo querrán  en sus asado de amigos




en una de tantas "barbacoas" de las que con seguridad abominaría rechazando hacer noche  en venta alguna que hiciera ostentanción de tal espacio dedicado a asar carne.Él, que con  pobres pucheros un día si y otro también se contentaba. También me ha tocado estos días acercarme más de lo habitual a su figura, también me ha rozado el singular contagio, pese a que de mera pobreza austera, no figuren sus peripecias  en lista alguna  a título de lo que fuere que amerite títulares diarios  y he sentido la necesidad  luego de viejas lecturas recuperadas, de compartir un trozo de texto perteneciente a uno mayor por la sencilla razón que expresa mucho de lo que pienso y siento cada vez que alguna des(ventura) quijotesca por una razón u otra, se me aproxima desde su derrotero cervantino o desde la cotidianeidad tan rica en ellos . 

De la obra Ensayos de literatura hispánica.(Del Cantar del Mio Cid a García Lorca) de Pedro Salinas, transcribo para ustedes desde el capítulo dedicado a Cervantes el apartado que bajo el título de :




Nueva aparición de Don Quijote

"Y aque es donde se aparece cabalgando en su rocín eterno nuestro clásico Don Quijote. Es un hombre entero y verdadero, el hombre que nunca deserta de su alma. En cualquier aventura que se le busque le hallaremos en perfecta concordancia de creencia y acto. Hace lo que cree, y por eso lo consuma con tal temple de heroísmo, porque lo que  ejecuta con todo su cuerpo, lo cree con toda su alma. Desde la raíz de su ser hasta el hierro de la lanza, Don Quijote es un solo esfuerzo tendido todo él hacia la realización de su idea. Ante nuestras almas despedazadas, de seres divididos, él surge como e caballero de la unidad. En su vida la norma ideal, en lugar de separarse temerosamente  del acto y quedar flotante en el limbo de lo inactivo, es actuada, actualizada en hacienda o hazana, encargnada en carne y vida de hecho heroico. No valen sutiles distingos racionalistas, que funcionen como frenos de la ación justa. Los mercaderes han de reconocer que Dulcinea es la doncella más hermosa del mundo, sin esos preliminares de haber visto o no su efigie. Los guardas de los galeotes tienen que soltarlos de sus prisiones, porque sólo Dios es juez final y adecuado de los humanos.






 Descansa la vida de Don Quijote en una implícita afirmación moral, siempre en pie: cuando nosotros estamos convencidos de lo que es bien, nuestro deber es hacer el bien, por encima de todo. Don Quijote, leyendo novelas de caballerías, llega al convencimiento de que el bien consiste en ayudar al oprimido contra el opresor, al desvalido  contra el poderoso. ¿Y  que hace? ¿Segurir acariciando esa convicción en el recato de su alma, continuar siendo Alonso Quijano, hidalgo de su aldea? No. Requerir armas y cabalgadura  y echarse al campo a buscar toda ocasión que se le atraviese en su vía, de convertir su creencia en acto. Y por esos caminos no cabe componenda posible: cuando se tiene un sentimiento claro de lo justo, y se ve que con alguien se comete abuso o desmán, el caballero no puede hacer otra cosa sino obedecer a su ley de gravedad moral: acudir a la defensa del victimado, bien que sea riesgo de la vida.
Por nuestros tiempos, tan aireados de vientos pragmáticos y relativistaws, zumban y rezumban dos frases favoritas de la sabiduría acomodaticia:

"Si, la justicia es muy hermosa, pero rara vez puede realizarse" 
y su hermana gemela:
"Nuestro deber es ser buenos, pero hay muchas ocasiones en que no se puede ser bueno"

Estas dos máximas -máximas de lo mínimo- , más que dos muletillas verbales, son dos muletas verdaderas en las que se apoya el hombre para ir arrastrando su invalidez moral. Son las frases radicalamente antiquijotescas. Tan ofediente es Don Quijote a los impulso de la bondad y la justicia, que se le ve deslizarse a lo lejos, por la planice de la mancha, como la vela de un navío invisible, movida por los vientos que ellas le soplan."