La fecha de vencimiento
Tomada de Diario El Pais. Montevideo.Uruguay
Alguien me comentó una vez que en el Uruguay,
la juventud dura lo suficiente como para llegar a viejos sin darnos
cuenta. La reflexión apunta a que en ciertos ámbitos de nuestro país, la
condición de joven se prolonga de acuerdo a parámetros no siempre
veraces u objetivos. Solo eso puede explicar que, tras las recientes
elecciones primarias, se valorase que pese a la baja cantidad de
votantes que tuvo la jornada, hubo claras afirmaciones a favor de
candidatos jóvenes y se puso como ejemplo a Luis Lacalle Pou —que tiene
40 años—, junto con Pedro Bordaberry, de 54 y Raúl Sendic, de 52.
También se incluyó a Constanza Moreira, de 54, en el grupo de los
valorados por su baja edad.
La juventud que se les atribuye a esos políticos
expresa una gran subjetividad y un relativismo que tal vez se justifica
en función de nuestro actual presidente que, ya casi octogenario, eleva
la cota de la edad apta para cargos electivos. Los señalados más arriba ,
en realidad son adultos que transitan la madurez y que solo pueden ser
llamados “jóvenes” en un país envejecido y conservador que es renuente a
confiar a jóvenes genuinos cargos importantes, en especial en el sector
público y más aún en funciones ejecutivas de alta responsabilidad.
Basta repasar el actual elenco ministerial o los entes del Estado para
ver esa carencia. Sin embargo, el eje de la campaña que se avecina: la
oposición entre juventud —relativa— y vejez —o experiencia como algún
candidato argumenta— está poniendo de manifiesto también un aspecto que
afecta a todo el sistema político: ¿cuál es la edad más apta o ideal
para ser presidente de la República? O, dicho desde otro ángulo: ¿existe
fecha de vencimiento para ocupar ese cargo? El clásico ejemplo de
Konrad Adenauer, que en el siglo pasado dejó de ser canciller de la
República Federal con 87 años, es una circunstancia notable, pero no una
regla.
Para el común de los habitantes de este país se
establecen topes para seguir trabajando según los años que se tengan. La
causal jubilatoria más común es tener 60 años de edad y 35 de servicio,
y esta afecta también a la administración pública. Un actor de la
Comedia Nacional o un Ministro de la Suprema Corte de Justicia deben
retirarse de la actividad al cumplir 70 años, sin importar cuán activos,
lúcidos, experimentados o capaces se sientan. ¿Por qué una limitación
similar no corre para el cargo más importante de la nación? Es notable
que nuestra Constitución no ponga otra condición para aspirar a
Presidente, que la de ser ciudadano natural y tener 33 años cumplidos de
edad. Hay una edad mínima, pero no una máxima. ¿En base a qué
circunstancia vital o biológica alguien de, por ejemplo, 28 años, no
califica para postularse a Presidente, pero uno de 74 sí? Ahí hay otra
campaña en pro de la baja de la edad que algún día habría que impulsar.
Pienso por ejemplo en José Pedro Varela, el gran
reformador de nuestra enseñanza, que murió con apenas 34 años luego de
haber desarrollado una tarea que lo llevó al máximo cargo de la
instrucción pública, durante el gobierno de Latorre. Llama la atención
que en esa época no se desconfiara de sus atributos y su capacidad en
función de su edad. Con su barba profusa quizá impresionaba como un
hombre de más años. Además, en esa segunda mitad del Siglo XIX, la
expectativa de vida de un hombre era menor. Es decir: en esos tiempos se
era viejo más joven, pero Varela era joven cuando desarrolló su
reforma. Hoy parece ser al revés, la juventud se extiende
indefinidamente y a la vejez se la llama experiencia.