Cuento
A Noemia que no le gustan las pc
Ensimismado y en aire ausente, con movimientos lentos de pausas y largos de suspensos , el hombre se acercó a la computadora que desde la luminosidad de su pantalla gris lanzaba monótonos y aburridos caleidoscopios , que observados en la repetición de sus secuencias parecían sumarle al normal fluir del tiempo, además de lo inexorable , un mudo mensaje de inevitabilidad .
La observó con curiosidad y se puso a rememorar uno a uno los últimos y recientes episodios, tanto los anteriores a su compra, es decir todo ese entusiasmo y proyectos que parecen crear espacios y más de las veces esconden vacíos, o por lo menos los disimulan, y los posteriores , que hacen a la actualidad.
Recuerda perfectamente las enojosas gestiones para obtener el préstamo de dinero, las negociaciones para conseguir la mayor extensión posible del plazo de vencimiento , la vendedora y su profesional sonrisa colgada siempre en su cara , sus vendedoras polleras cortas y sus lindas piernas largas.
También recuerda el esperado episodio doméstico , la caja enorme subiendo escaleras y el bullicio alegre a su llegada al apartamento, la ansiedad de ambos ante lo nuevo y la satisfacción del logro de lo deseado. También en nuestras cabezas estaba la expectativa de la nueva tecnología hasta hace muy poco , temas del futuro y con ella la posibilidad cierta de acceso a nuevos espacios de información inconmensurables, es decir todos esos etcéteras que anuncian y pronuncian las reglas del mercado a través de sus espacios publicitarios, y desde donde también amenaza y condena a los herejes. Por eso y todo eso , estábamos contentos y satisfechos. Luego, recuerda, algunos pequeños problemas, funcionales a la novedad y celos menores de fácil arreglo , referidos a supuestas y siempre consabidas nunca cumplidas normas de uso, todo esto, ya con la computadora y su cerebro iluminando el dormitorio, donde luego de algunas negociaciones y débiles negativas del hombre, habíase al fin instalado la imperturbable seriedad cibernética del nuevo habitante de la casa. También recordó, que ya desde esa primera noche, comenzó a no dormir como antes. De un tirón y sin pesadillas. Ahora le parecía reconocer en pequeños ruidos y los pequeños resplandores de las luces de encendido de la máquina, un algo ominoso que lo intranquilizaba . Para la mujer, desde el inicio congeniaron vidas y actividades, a ojos vistas se hicieron facilmente compatibles. La rutina de los días, los de el hombre, a no ser la pérdida de aquel sueño tranquilo y feliz, transformado en otro cargado de pequeños sobresaltos, no atribuible en aquel entonces a nada, se sucedían en la felicidad pasiva de la rutina. La mujer, ídem. Sin pérdidas. Por lo menos advertibles. Alguna vez, intentó aproximarse al tema, compartir preocupación con su mujer, el hombre recuerda especialmente una de estas oportunidades , en la penumbra del dormitorio lleno aún el espacio de rutina conyugal, los dos enfrentando el techo, los dos extraviados en sus pequeños espacios íntimos , abordó el asunto con poco entusiasmo, prejuiciando de puro conocerse, que no iba a ser capaz de explicarse, pero esa vez , recuerda que fue cuando mas cerca estuvo, de hablar, pero como lo preveía, lo suyo no pasó de un breve comentario, sin sostén de energía, ni pretensiones. La mujer sin demostrar ningún interés ni esforzarse en diálogos ni argumentos. Dijo varios si, algunos te parece, y sin emoción un no final a tomar decisión ya, siempre en aire lejano del tema. Todo acerca , único tema, si habría sido buena decisión instalar la máquina en el dormitorio. Algo más tarde, sorpresa y alivio , se decidió, opinión de la mujer, mudarla aquella misma noche al dormitorio de huéspedes. A la tarde siguiente, al entrar a casa, no notó de inmediato cambio alguno , hasta que su mujer luego de saludarlo, con la misma naturalidad afectuosa de siempre, cerró detrás de si la puerta, y sin emoción alguna le dijo que se había instalado con la máquina en el dormitorio de visitas como habían convenido, pasó a su lado, dejó en el aire el aroma de su perfume preferido y se encerró en su nuevo dormitorio. Desde allí, un día si y otro también, el hombre oía repiquetear el sonar jubiloso del teclado. A veces a altas horas de la noche. A veces a cualquier hora. El tiempo no cuenta, no tiene ahora en este momento, idea alguna, quizás pasó todo ese tiempo que hoy lo hace sentirse tan viejo, lo que si sabe, es que cuanto mas acuchillaba la máquina más chillaba, pero ahora que la tiene sujeta levantanda en el aire , cuando la estrelle en el piso, al lado de su mujer muerta ya no gritará más y su vida volverá a ser la de antes. j.n.viana 1998