lunes, 14 de julio de 2014

Pedro Piccato.1908-1944. Un poeta uruguayo mayúsculo


Pedro Piccato

Poeta nacido en Montevideo, Uruguay; tan solo publicó un libro de poesía, Poemas del ángel amargo (1937).  En 1944, se editó el volumen Las anticipaciones, se recogieron, junto con los poemas de su único libro, los inéditos que había dejado el poeta tras su temprana muerte a los treinta y seis años.








 * Artículo publicado en la revista “Imágenes” Nº 11 – Octubre-Noviembre 1978


Material tomado de:

http://pedropiccatto.blogspot.com/2009/04/el-angel-amargo-y-piccato-revisited.html




PEDRO PICCATTO O EL ÁNGEL AMARGO       Por Washington Benavides


No me agrada subrayar, en la trayectoria de un artista, aquellos aspectos de su vida que mueven a compasión o lástima. La crítica romántica abundó en este efecto y algunos críticos nuestros de renombre, pese a su desdén por la crítica romántica, cometieron el mismo exceso -acaso con la buena intención de atraer la atención del lector- con aquellos aspectos, patéticos o sufrientes de la vida de Pedro Piccatto. No siempre importa demasiado penetrar en el diario vivir del artista; seguir sus pasos, acecharlo en múltiples reflejos. La vida es tan varia como Montaigne la concibió. Podríamos fácilmente perdernos en fantasmas, en callejones sin salida, y de eso a inventar cosas, relaciones y reflejos entre vida y obra, sólo nos resta un paso. Advierto que señalé mis dudas para esa forma de analizar la obra de un artista, como una teoría, como una generalización. Porque hay casos y casos. Hay artistas, como este poeta montevideano, Pedro Piccatto, nacido el 8 de agosto de 1909 y muerto el 26 de febrero de 1944, que moverían a reconocer que, a veces, ese método vida-obra es pertinente; es más, parecería imprescindible para una real localización del artista, para comprender su tema.

Por eso creemos conveniente aportar algunos datos, por desgracia someros, de lo que fue la vida de Piccatto, registrada livianamente por algunos de sus amigos escritores en páginas que no han trascendido. Pese a la insistencia fraterna de su amigo entrañable, el poeta Líber Falco, y alguna página suelta de Mario Arregui, Arturo Sergio Visca o Domingo Bordoli en diarios y revistas desaparecidas. Verdad es que algo recuperamos de su imagen en el libro “36 años de poesía uruguaya” (Editorial Alfa, 1967) obra de Alejandro Paternain. Aún así, para las jóvenes generaciones (y acaso para muchos más) el nombre de Pedro Piccatto poco dice. Que contribuya en alguno a su conocimiento o re conocimiento, es la intención manifiesta de este trabajo.

De niño, Pedro Piccatto sufre un accidente y se fractura la columna vertebral. De ello arrastrará para el resto de su corta existencia una deformidad física alienante: una doble joroba de pecho y espalda; esa doble marcha del infortunio aparece y reaparece en su vida cotidiana y en su poesía, con manifestaciones muy distintas (o aparentemente muy distintas): Piccatto en tertulias literarias y reuniones cívicas asumirá –según sus biógrafos– una actitud belicosa; fue un duro antagonista, casi siempre en temas de arte o política. Llegaba y se iba de esas reuniones casi mágicamente. Estaba y ya no estaba. Vivía en una lejana casa “en el desconocido paradero de un ómnibus que se perdía por irreales calles no vistas: llegaba al café con la infrecuencia y la irregularidad del que reaparece...” (dice Arregui en su libro “Líber Falco” – Editorial Arca, 1964). Físicamente era un hombre pequeño y delgado. Un rostro de huesos marcados, pelo rubio oscuro, ojos “acerados de mirada recta y firme” (op.cit.). Pero nada ayuda más a comprender a este hombre doloroso que las palabras de su amigo Líber Falco:

“Había que conocer bien a aquel ser que se llamó Pedro Piccatto, amarlo y comprenderlo para no atribuir a un resentimiento excluyente algunas de sus inusitadas violencias. Es que algo más había en él. Algo más hondo, y que dignificaba a esa criatura desvalida que es un hombre. Había seguramente esa angustia última que tras una desmedida disconformidad con la condición humana suele quedar sin resolución, afincándose dolorosa y definitivamente en el espíritu. Empero, la poesía de Piccatto muestra una velada esperanza cuando, como un ‘duende fino’, el poeta convoca a sus transidos ángeles y a sus claras palomas. Yo creo que sus poemas muestran acabadamente la experiencia de un alma solitaria que buscó trascender los elementos de toda una vida para juntarlos ahí donde podían serle más fieles: en la poesía. Y recuerdo cierta vez en que le oí decir –sin jactancia y sin queja alguna– que a no ser por la poesía, su vida no tenía objeto.”

Esto dijo Líber Falco, y poco más podría agregársele a la profunda imagen que de su amigo y poeta nos dejó. Pero decíamos que la deformidad marca su existencia de doble manera. Ya lo mostramos en la tertulia o el café, beligerante casi siempre. Pero la otra imagen de Piccatto, y la más valedera para nosotros, se desprende de su poesía, de ese libro “Poemas del ángel amargo” que publica en 1937 y de la Antología que sus amigos editan en 1944 bajo el título de “Las Anticipaciones”. Creímos descubrir tres vías en su obra por donde se manifiesta su dolido ser: la más explícita, en el paraíso artificial, la vía de evasión a través de un entorno encantado donde ángeles y sirenas, rosas y girasoles de un permanente jardín reclaman la “intimidad” del poeta; paraíso (y jardín real cuidado con afecto por Piccatto) al que llama en un poema de su primer libro: “Umbral de la belleza / y camino para todas las alas...”

La mención de la palabra “Alas” plantea una de las constantes de su poesía. Obsérvese qué delicada trasmutación de su quebrantado físico cuando habla de “un ala”, así, en singular. Es una imagen hermosa y siniestra a la vez de su joroba: “Ah, vida mía!... / Gira / y se afina. / Gira / como ala que no tiene compañero. / Ay con un ala nunca volaremos!” (poema XIX). En “Sangral” dirá: “Otro día, / y con él / otro pedazo mío de ala al suelo, / otro leve empujón hacia la muerte...” (poema III) o en la pieza más perfecta, acaso, de su poesía, en que reitera: “Tú, desdoblada cinta al aire, / yo, la mitad de un ala apenas...” (poema IX).

Podríamos abundar en estos ejemplos del símbolo “un ala-deformidad” opuesto al plural “alas” que es todo lo que anheló y no pudo alcanzar en la vida Pedro Piccatto. Naturalmente que otro refugio para su infortunio y soledad inquerida fue su madre. La madre que Piccatto canta en algunos poemas excelentes es una suma de virtudes, o como la llama en el poema III de “Sangral” en “Las Anticipaciones”: “almendra santa / y mía!”, o en su primer libro, en el poema VI: “Eres todo un poema que no podré cantar”.

Pero quien penetre en ese jardín cercano al mar, tan lleno de mariposas, dalias, girasoles, rosas y ángeles, advertirá, de pronto, que en ese retablo de deseos materializados hay presencias oscuras, premoniciones y agonías inevitables: “Para morir no necesito verte. / Para vivir sí que lo necesito / que necesito verte, / uva estrellada.” (poema VII de “Siete Poemas”) o en este grito del poema II de “Ángel Amargo”: “Heridas comparables a las que sufre Dios / cuando crea el dolor de un inocente”.

Y que Piccatto era plenamente conciente de esos momentos que tanto conoció César Vallejo, lo dice este poema de su primer libro: “Cuando esta red de sombras que no entiendo / con dominio sutil, ciñe mi vida / nunca me salva / Ni la palabra pura de mi madre / ni los círculos finos de un poema / Cuando la siento, insinuadora y trágica, / trepar mi vida como falsa hiedra, / nada me salva. / Ni los círculos finos de un poema / ni la palabra pura de mi madre.” (poema IV de “Ángel Amargo”).

Otros símbolos permanentes de su poesía: “campanas”, “Ángeles” atienden desde un punto de vista psicoanalítico a las búsquedas del hombre enfrentado a una situación vital insostenible. Recuérdese, para ejemplarizar, que en el Diccionario de símbolos del libro “El mundo de los sueños” de Evelyne Weilenmann (México, 1949) “Ángel” (soñar con) significa: “Se busca una salida a una dificultad”, y que “Aves” y su pormenor “Alas” sería “un modo de expresión primitiva en relación con la significación erótica.”

No transcribo estos términos de manera absoluta en cuanto a su validez para la poesía de Piccatto. Pero creo advertir que algo aportan, que levantan un poco el velo (¿los sietevelos?) de los significados en una obra tan densamente alegórica como la de Piccatto. Porque el amor, asedia y urge. ¿Qué podía hacer este hombre, este ángel amargo que padecía un ala sola y maltrecha? ¿Qué podía esperar del amor este hombre que muere joven en una “juventud solitaria, exenta de esperanzas”, como la define Alejandro Paternain?

Y ahí está toda su amarga espera, su sueño empecinado en este poema de “Las Anticipaciones”: “Alguien, / cuando entre brisa y árbol / suelta la mariposa su pana / y es una inmensa flor en llamas / la tarde / y su cristal / alguien / alguien me quiere amar / y no se atreve!”. Mucho podríamos agregar sobre esta vida-obra tan entramada, tan una sola cosa, intensa y dolorida. Pero cerremos este trabajo con tres versos que podrían definir este combate, no de Jacob y el ángel, sino de un hombre con su infortunio, transfigurado por una alta alquimia poética, en visión permanente. En el primer poema de “Sangral” dice Piccatto:

“Sin temor de morir,
casi viviendo,
el corazón bajo una rueda fría...”






miércoles, 25 de junio de 2014

De los uruguayos y su extraña manera de pensar la juventud

La fecha de vencimiento

Hugo Burel
Tomada de Diario El Pais. Montevideo.Uruguay

Alguien me comentó una vez que en el Uruguay, la juventud dura lo suficiente como para llegar a viejos sin darnos cuenta. La reflexión apunta a que en ciertos ámbitos de nuestro país, la condición de joven se prolonga de acuerdo a parámetros no siempre veraces u objetivos. Solo eso puede explicar que, tras las recientes elecciones primarias, se valorase que pese a la baja cantidad de votantes que tuvo la jornada, hubo claras afirmaciones a favor de candidatos jóvenes y se puso como ejemplo a Luis Lacalle Pou —que tiene 40 años—, junto con Pedro Bordaberry, de 54 y Raúl Sendic, de 52. También se incluyó a Constanza Moreira, de 54, en el grupo de los valorados por su baja edad.

La juventud que se les atribuye a esos políticos expresa una gran subjetividad y un relativismo que tal vez se justifica en función de nuestro actual presidente que, ya casi octogenario, eleva la cota de la edad apta para cargos electivos. Los señalados más arriba , en realidad son adultos que transitan la madurez y que solo pueden ser llamados “jóvenes” en un país envejecido y conservador que es renuente a confiar a jóvenes genuinos cargos importantes, en especial en el sector público y más aún en funciones ejecutivas de alta responsabilidad. Basta repasar el actual elenco ministerial o los entes del Estado para ver esa carencia. Sin embargo, el eje de la campaña que se avecina: la oposición entre juventud —relativa— y vejez —o experiencia como algún candidato argumenta— está poniendo de manifiesto también un aspecto que afecta a todo el sistema político: ¿cuál es la edad más apta o ideal para ser presidente de la República? O, dicho desde otro ángulo: ¿existe fecha de vencimiento para ocupar ese cargo? El clásico ejemplo de Konrad Adenauer, que en el siglo pasado dejó de ser canciller de la República Federal con 87 años, es una circunstancia notable, pero no una regla.

Para el común de los habitantes de este país se establecen topes para seguir trabajando según los años que se tengan. La causal jubilatoria más común es tener 60 años de edad y 35 de servicio, y esta afecta también a la administración pública. Un actor de la Comedia Nacional o un Ministro de la Suprema Corte de Justicia deben retirarse de la actividad al cumplir 70 años, sin importar cuán activos, lúcidos, experimentados o capaces se sientan. ¿Por qué una limitación similar no corre para el cargo más importante de la nación? Es notable que nuestra Constitución no ponga otra condición para aspirar a Presidente, que la de ser ciudadano natural y tener 33 años cumplidos de edad. Hay una edad mínima, pero no una máxima. ¿En base a qué circunstancia vital o biológica alguien de, por ejemplo, 28 años, no califica para postularse a Presidente, pero uno de 74 sí? Ahí hay otra campaña en pro de la baja de la edad que algún día habría que impulsar.

Pienso por ejemplo en José Pedro Varela, el gran reformador de nuestra enseñanza, que murió con apenas 34 años luego de haber desarrollado una tarea que lo llevó al máximo cargo de la instrucción pública, durante el gobierno de Latorre. Llama la atención que en esa época no se desconfiara de sus atributos y su capacidad en función de su edad. Con su barba profusa quizá impresionaba como un hombre de más años. Además, en esa segunda mitad del Siglo XIX, la expectativa de vida de un hombre era menor. Es decir: en esos tiempos se era viejo más joven, pero Varela era joven cuando desarrolló su reforma. Hoy parece ser al revés, la juventud se extiende indefinidamente y a la vejez se la llama experiencia.

martes, 24 de junio de 2014

Cosas del Brasil y el Mundial de Fútbol 2014




Tomado del Blog del Banco Mundial













 
 
 
Para la mitad del planeta “movilizarse” durante la Copa Mundial posiblemente signifique un corto viaje entre el televisor y la nevera para tomar su bebida o aperitivo preferido. Pero para unos cuatro millones de personas que visitan Brasil, ir de un lugar a otro en las 12 sedes del mundial, puede ser un verdadero vía crucis, entre otros porque enfrentan uno de los tráficos más pesados del mundo y sistemas de transporte público que no siempre dan abasto. 

El camino hasta la fecha no ha sido fácil: durante los últimos cuatro años el país sudamericano ha recibido inversiones estatales estimadas en $13.750 millones de dólares y se ha inmerso en una carrera contrarreloj para renovar sus infraestructuras, ampliar la capacidad hotelera o perfeccionar los sistemas satelitales para que literalmente medio mundo -unas 3.500 millones de personas- pueda ver los partidos desde un televisor.

El resultado: Brasil es el segundo país con más aeropuertos del mundo (tiene 4.000) y el cuarto con más kilómetros de carreteras.
Pero ahora, en el momento decisivo, ¿han valido la pena todos estos esfuerzos e inversiones? ¿Están las infraestructuras brasileñas preparadas para garantizar la movilidad eficiente de las hinchadas dentro de las ciudades y entre ellas?

Los problemas más serios posiblemente se ocasionen en las propias ciudades donde se disputarán los partidos. A pesar de que el gobierno ofreció días feriados o jornadas laborales reducidas para aliviar el tráfico, durante los primeros partidos se registraron atascos en Brasilia, El Salvador, Fortaleza o Belo Horizonte.

Y aunque son varios los proyectos de infraestructura que no se llevaron a cabo –entre ellos la construcción del tren de alta velocidad que debe unir Sao Paulo y Río-, el país ha logrado, en líneas generales, ampliar su capacidad para prestar servicios en aeropuertos, hoteles, calles, autopistas o líneas ferroviarias, en unos avances que trascenderán la Copa.
Gustavo Gukovas, un estudiante de 23 años que viajó de Sao Paulo a Brasilia para ver el partido de Suiza contra Ecuador, explica que no tuvo ningún problema en los aeropuertos, pero que optó por no irse al estadio en coche.

“Caminamos porque no sabíamos cómo estaría el tráfico y, llegando al estadio, tardamos casi una hora para sentarnos porque no encontramos ninguna señalización informando dónde estaba la entrada. Cuando llegamos el partido ya había comenzado”, contó Gukovas.
Solo en Río de Janeiro se espera que cada día más 320.000 personas circulen por el Transcarioca, un sistema de autobuses que conecta el aeropuerto con las principales sedes mundialistas, entre ellas el estadio de Maracaná, y que espera aliviar el tráfico de la ciudad.
“La mayor frustración de los brasileños es que las mejoras de transporte prometidas no estarán listas para el Mundial. Muchas de las soluciones que se aplicaron para aliviar el tráfico fueron improvisadas, como la suspensión de clases o el dar feriados nacionales”, explica Gil Castello Branco, secretario general del think tank brasileño Contas Abertas.



Mejoras sustanciales

En cuanto a la conectividad entre ciudades, la situación parece menos preocupante. El auge económico de Brasil durante la última década vino acompañado de importantes mejoras en las infraestructuras de transporte, como lo explica Grégoire Gauthier, experto en transporte del Banco Mundial.
Esto ha sido esencialmente gracias a la expansión de sus aeropuertos y a la ampliación de sus carreteras, según Gauthier. El número de viajes aéreos se ha incrementado un 10% anual en los últimos años, aunque se calcula que el transporte por carretera creció un 50% desde 2000 a 2011.
Paralelamente, el país calcula que las mejoras en la infraestructura aeroportuaria permitirán aumentar en un 81% la capacidad de recepción de pasajeros durante la copa del mundo. Nacionalmente, opinan los expertos, Brasil tiene el reto de balancear mejor su matriz de transporte para que sea más eficiente, más limpia y menos costosa.

Iniciativas más allá del Mundial
En un intento por compensar algunos de los déficits de infraestructura, varias ciudades brasileñas están desarrollando programas innovadores para mejorar la movilidad urbana y reducir los atascos en los principales núcleos urbanos del país.

Curitiba, por ejemplo, se convirtió en un referente de movilidad urbana regional tras la creación del primer sistema de transporte rápido de la región, posteriormente replicado en Bogotá, Lima, México D. F. o Santiago.

En Sao Paulo, donde los habitantes pueden perder hasta tres o cuatro horas en el tráfico inmóvil, varias empresas locales ofrecieron a su personal la posibilidad de horarios flexibles o trabajar desde su casa, además de subsidios para quienes usen el transporte público, vehículos fletados o bicicletas.

Río de Janeiro es otra de las ciudades que va a la vanguardia. Actualmente está desarrollando un programa para medir los patrones de movimiento de los vehículos que circulan por la ciudad, a través de los teléfonos celulares. El proyecto, entre otros retos, pretende reducir sustancialmente el tiempo de viaje de los ciudadanos.

viernes, 28 de febrero de 2014

La Colmena. Camilo José Cela. Prólogo





Comparto con ustedes, el fantástico alegato de ese magnífico escritor españo,  Camilo José Cela, en el prólogo a su novela La colmena no casualmente editada su primera vez fuera de España  . Extraordinario en su aguda mirada;  al mundo y sus alrededores. A los humanos y sus periferias. A la literatura y sus acechanzas. A los escritores y sus tentaciones. La novela, una maravilla testimonial, humana, cruda, real.








ULTIMA RECAPITULACIÓN

Arrojar la cara importa,
que el espejo no hay por qué.

QUEVEDO

... un pálido reflejo, una humilde sombra de la... realidad.
... sin reticencias, sin extrañas tragedias, sin caridad...

Nota a la 1." edición
... un grito en el desierto...
... no merece la pena que nos dejemos invadir por
la tristeza.

Nota a la 2.ª edición
... las ideas religiosas, morales, sociales, políticas, no son sino manifestaciones de un
desequilibrio del sistema nervioso. Las ideas y los escrúpulos... son una remora.

Nota a la 3." edición
Seguimos en las mismas inútiles resignaciones... Es grave confundir la anestesia con la
esperanza...




Nota a la 4ª edición

Hay reglas generales: las aguas siempre vuelven a sus cauces, las aguas siempre vuelven a salirse de sus cauces, etc. Pero al fantasma, aún tenue, de la realidad, no ha nacido quien lo apuntille, quien le dé el certero cachetazo que le haga estirar la pata de una puñetera vez y para siempre. El mundo gira, y las ideas (?) de los gobernantes del mundo, las histerias, las soberbias, los enfermizos atavismos de los gobernantes del mundo, giran también y a compás y según convenga. En este valle de lágrimas faltan dos cosas: salud para rebelarse y decencia para mantener la rebelión; honestamente y sin reticencias, con naturalidad y sin fingir extrañas tragedias, sin caridad, sin escrúpulos, sin insomnios (tal como los astros marchan o los escarabajos se hacen el amor). Todo lo demás es pacto y música de flauta.

En uno de estos giros, sonámbulos giros, del inmediato mundo. La colmena se ha quedado dentro. Lo mismo hubiera podido -a iguales méritos e intención- acontecer lo contrario. Lo mismo, también, hubiera podido no haberse escrito por quien la escribió: otro lo hubiera hecho. O nadie (seamos humildes, inmensa y descaradamente humildes, etc.). El escritor puede llegar hasta el asesinato para redondear su libro; tan sólo se le exige que -en su asesinato y en su libro- sea auténtico y no se dejé arrastrar por las afables y doradas remoras que la sociedad, como una ajada amante ya sin encantos, le brinda a cambio de que enmascare el latido de aquello que a su alrededor sucede.

El escritor también puede ahogarse en la vida misma:
en la violencia, en el vicio, en la acción. Lo único que al escritor no le está permitido es
sonreír, presentarse a los concursos literarios, pedir dinero a las fundaciones y quedarse entre Pinto y Valdemoro, a mitad de camino. Si el escritor, no se siente capaz de dejarse morir de hambre, debe cambiar de oficio. La verdad del escritor no coincide con la verdad de quienes reparten el oro. No quiere decirse que el oro sea menos verdad que la palabra, y sí, tan sólo, que la palabra de la verdad no se escribe con oro, sino con sangre (o con mierda de moribundo, o con leche de mujer, o con lágrimas).

La ley del escritor no tiene más que dos mandamientos: escribir y esperar. El cómplice del escritor es el tiempo. Y el tiempo es el implacable gorgojo que corroe y hunde la sociedad que atenaza al escritor. Nada importa nada, fuera de. la verdad de cada cual. Y todavía menos que nada, debe importar la máscara de la verdad (aun la máscara de la verdad de cada cual).
El escritor es bestia de aguantes insospechados, animal de resistencias sinfín, capaz de dejarse la vida -y la reputación, y los amigos, y la familia, y demás confortables zarandajas- a cambio de un fajo de cuartillas en el que pueda adivinarse su minúscula verdad (que, a veces, coincide con la minúscula y absoluta libertad exigible al hombre). Al escritor nada, ni siquiera la literatura, le importa. El escritor obediente, el escritor uncido al carro del político, del poderoso o del paladín, brinda a quienes ven los toros desde la barrera (los hombres  clasificados en castas, clases o colegios) un espectáculo demasiado triste. No hay más escritor comprometido que aquel que se jura fidelidad a sí mismo, que aquel que se compromete consigo mismo. La fidelidad a los demás, si no coincide, como una moneda con otra moneda, con la violenta y propia fidelidad al dictado de nuestra conciencia, no es maña de mayor respeto que la disciplina -o los reflejos condicionados- del caballo del circo.

El escritor nada pide porque nada -ni aun voz ni pluma- necesita, y le basta con la memoria.
Amordazado y maniatado, el escritor sigue siendo escritor. Y muerto, también: que su voz resuena por el último confín del desierto, y que el recuerdo de sus criaturas ahí queda. Mal que pese a los pobres títeres que quieren arreglar el mundo con el derecho administrativo.
A la sociedad, para ser feliz en su anestesia (las hojas del rábano de la esperanza), le sobran los escritores. Lo malo para la sociedad es que no ha encontrado la fórmula de raerlos de sí o de hacerlos callar. Tampoco está en el camino de conseguirlo.

En los tiempos modernos, el escritor ha adoptado cuatro sucesivas actitudes ante los políticos obstinados en conducir al hombre por derroteros artificiales (todos los derroteros por donde los políticos han querido conducir al hombre son artificiales, y todos los políticos se obstinaron en no permitir al hombre caminar por su natural senda de íntima libertad). Al escritor que se hubiera cambiado por el político sucedió el escritor que se conformaba  marchar a remolque del político. Al escritor que se siente lazarillo del político, ¡qué ingenua soberbia!, seguirá el escritor que lo despreciará. La historia tiene ya el número de páginas suficientes para enseñarnos dos cosas: que jamás los poderosos coincidieron con los mejores, y que jamás la política (contra todas las apariencias) fue tejida por los políticos (meros canalizadores de la inercia histórica). El fiscal de esta inercia y de los zurriagazos de quienes quieren, vanamente, llevarla por aquí o por allá, es el escritor. El resultado nada ha de importarle. La literatura no es una charada: es una actitud.
C. J. C.
Palma de Mallorca, 2 de junio de 1963



http://youtu.be/JNt9r0RF6X8    Entrevista Premio Nobel de Literatura 1989

jueves, 13 de febrero de 2014

EDUCAR EN UNA SOCIEDAD CÍNICA. Aldo Mazucchelli.



Perros y profesores





 

El profesor de Secundaria hace su
vida nadando en un estrecho espacio bastante específico dentro de las corrientes imaginarias de la sociedad: el turbulento estrecho en el que se negocia entre la creencia general y el convencimiento individual. Entre lo que la sociedad proclama y recomienda, y lo que un estudiante cualquiera, como ser dotado de su dosis natural de razón, es capaz de tragarse. Es por esa razón, me parece, que cuando los profesores se convierten en síntomas, lo que su malestar revela es importante. Un profesor puede definirse como el sujeto que, por su profesión, se ve obligado a ser una especie de indicador del nivel de cinismo ambiente.  
Los perros, aparte de sus muchos otros servicios a la humanidad, han dado el modelo para una de las mejores filosofías de que hemos dispuesto. Se trata del cinicismo, y lo escribo así para distinguirlo del vulgar cinismo, la actitud secamente calculadora y puramente negativa característica de la presente after-posmodernidad, época que guarda con el cinicismo y con los perros una relación secreta e interesante, probablemente también encarnada por los profesores. 

El término “cínico” viene del griego κυνικός, Kynikos: “estilo perro”, o “al modo del perro”. Un simbólico perro de prístino mármol de la isla de Paros corona el monumento funerario de Diógenes el Perro, estrella del cinicismo filosófico, uno de los individualistas más antiguos y el primer bohemio urbano digno de nota. Un dandy de la pobreza, además —esto es, un sujeto capaz de aplicarse a sí mismo una férrea disciplina, con el fin de producir una imagen social consciente de tipo crítico y modélico a la vez. El monumento funerario de Diógenes, con su purísimo perro de mármol coronándolo, parece haber sido una venganza de la sociedad de Corinto al pedido explícito de Diógenes de que, apenas morir, su cadáver fuese arrojado fuera de las murallas de la ciudad para que se lo comieran los perros, con lo cual probablemente estaba diciendo que la excesiva formalidad en el manejo de los cadáveres de la que hacía gala la ciudad era un rasgo más de la pompa y el sinsentido de la “civilización”.

Es bien sabido que Diógenes el Perro se domiciliaba en un tonel, primero en Atenas, luego en Corinto. Otros dicen que en Corinto vivía en una mansión como esclavo primero y como amigo enseguida del ciudadano cretense Xeniades, no obstante lo cual —pese a haber sido, digamos, sacado de su situación de calle como diría la espesa jerigonza del Ministerio de Desarrollo Social (Mides) en nuestro país— su sabiduría era tal que aun cuando ya se había convertido a cierta “normalidad” todavía se le reconocía en toda Grecia. 

¿Cómo se relaciona el trío de los profesores de secundaria, Diógenes el Perro, y la sociedad que echa incesantemente a los profesores la culpa de la famosa y cacofónica “crisis de la Educación”? Al menos de la siguiente manera: cuando una sociedad se vuelve completamente cínica los profesores siguen, de modo probablemente inconsciente, el modelo de Diógenes el Perro, y para compensar, se convierten al cinicismo: rechazan las jerarquías de la cultura que supuestamente tienen que enseñar, pues, como ha sido dicho al principio, ellos están en la línea de fuego de ese entrevero teleológico. Una sociedad es hipócrita cuando hace como que cree en determinados valores, pero, aunque avergonzada de sí misma, no los practica. Pero es cínica cuando todo el mundo sabe ya que no se los practica y que son falsos, y sigue como si nada.
En tal sociedad, los profesores tienen el problema, relativamente personal, de que son ellos quienes tienen que poner la cara, por así decir, e intentar que una nueva generación crea en lo que ni los políticos, ni los padres, ni nadie, cree ya. 

Es por eso que la crisis de los profesores dice tanto acerca de la crisis cínica de la sociedad en general: es completamente imposible que la sociedad eduque a su gente en aquello en lo que ella misma no cree. Y es imposible que quiera seguir creyendo que puede tener un ejército de enseñantes apuntando con el índice al desajuste obvio entre acciones y supuestas creencias generales (o “valores”), diciendo: he ahí —en ese evidente cinismo y falsedad— lo que se me ha encomendado enseñarte, he ahí lo que esperamos todos que admires, quieras, aprendas. 

Es claro que la educación tiene muchos problemas, de muchos de los cuales los profesores son parte —no ayudan a crear comunidades educativas creadoras de una sensación de propósito, no se dan una buena formación permanente, y no aceptan la evaluación externa, entre otros. Pero ese no es el asunto de este escrito, por lo que basta por ahora con dejarlo mencionado. Ante esos problemas, los políticos y algunos editorialistas establecidos insisten en soluciones simples. Un día, sería cambiando “planes y programas”—para mí, uno de los factores absolutamente menos importantes en el conjunto de los factores educativos. Con casi cualquier configuración que preserve un mínimo de sentido común, y buenos profesores, se puede obtener maravillosos resultados. Los programas tienen, relativamente, menos importancia. 

Otro día es mostrar que ellos ponen plata en el sistema y el sistema no les devuelve resultados. Como si construir más liceos, más baños, contratar más adscriptos y más policías, fuera a tener algún impacto en los aprendizajes. Otro día explican que es el corporativismo y la mala educación de los que enseñan. Bastaría con educar bien a los profesores dicen —mordiéndole la cola al propio problema con el que lidian— y doblarles la mano impidiéndoles que sigan protestando y molestando, para que mejore “la educación”. 

Esas soluciones tienen la virtud evidente de que, al postularlas, la culpa es de otros —los profesores. No darse cuenta de que habría primero que tener algún conjunto de creencias no erosionadas por el más calloso de los cinismos a fin de dar armas aunque sea mínimas al ejército de profesores para que se empleen en discutir y convencer en esas creencias y esos saberes, es sin embargo el colmo de la ceguera colectiva. La educación tiene a la vez una función renovadora y una función conservadora, pero una sociedad que se ha vuelto cínica no cree que haya nada que valga la pena conservar, ni cree que haya nada que valga la pena transformar. ¿Qué va a enseñar, y cómo? 

Hay más conexiones. Diógenes el Perro, siendo normalmente rico de origen, eligió la pobreza completa, renunció a todo para dar ejemplo de que su virtud no podía mancharse con las convenciones y el dinero. Los profesores se ven normalmente obligados a renunciar a casi todo debido a los sueldos que reciben, adoptando así el principio de los antiguos filósofos cínicos de que el más feliz no es el hombre que tiene más, sino aquel que se crea a sí mismo menos necesidades.


En eso la sociedad y la política parece estarles sugiriendo cuál es el rumbo filosófico que les va mejor. En fin, cuando la sociedad es cínica, los profesores actúan en clave de cinicismo. Y cuando uno se convierte al cinicismo, su tono fundamental es el rechazo a la sociedad tal como es. La denuncia, el no, y a la vez la prédica —con el ejemplo— de una actitud más auténtica. Lo que más nos puede interesar aun hoy de Diógenes el Perro es que, aunque se reía ácidamente del tipo de saber abstracto y oficializante recién inventado por Platón, al menos supo ladrarle a lo que estaba corrupto. Un perro, observó Diógenes, “sabe instintivamente quién es su amigo y quién no. A diferencia de los seres humanos, que engañan y son engañados al respecto, los perros dan un honesto ladrido en presencia de la verdad”. 

Los profesores secundarios uruguayos no son los mejores formados sobre la tierra, ni los más actualizados o complejos cuando llega el momento de entender y discutir los detalles de su propia situación. Están dominados, no hay duda alguna, por un corporativismo miope, feo y atrabiliario, que va en contra de una mejor presentación de las intuiciones que abundan entre los miembros individuales de la profesión docente. Pero al menos tienen claro —por estar en la primera línea de fuego del cinismo ambiente— que los supuestos valores de los distintos sectores de “la sociedad” para la que supuestamente deben educar están llenos de agujeros. Igual que Diógenes el Perro, tienen un profundo desdén ante la torpeza del poder. La moderna institucionalización de la enseñanza, que se modelizó y se realizó en el siglo XIX, les asignó la importantísima tarea de ser la cinta de conducción y comunicación de valores y saberes entre lo que es y lo que debe ser. 

Pero con experiencia han aprendido que cuando tienen que aplicarse a esa noble tarea, se les paga horrible, y se les asigna condiciones de trabajo epistemológicamente imposibles: discutir Shakespeare con estudiantes de 15 años que vienen de n generaciones de familias sin libros ni lectura, que viven en un entorno de cultura inmediata, oral, televisiva y virtual, en la que la escritura como tecnología no juega ningún papel salvo el utilitario de escribir mensajes de 180 caracteres máximo en un celular sin tildes. Todo lo cual no sería un problema tan grande si no fuese porque los demás “referentes” de la sociedad no creen que sea fundamental aprender a escribir claramente, ni que valga la pena perder ni cinco minutos conversando en serio con Shakespeare. Antes, cuando Sarmiento pensaba que alfabetizar y darle una cultura letrada aunque sea general a las sociedades rioplatenses valía la pena, los estudiantes tenían aun menos tradición letrada que los de ahora, pero la sociedad pasaba el mensaje de que valía la pena, y la gente se lanzaba a aprender, y lo lograba enseguida. Ahora no se pasa ese mensaje.

De ninguna manera pasa por mi mente la simplificación de que deberíamos educar hoy a la Sarmiento y para una sociedad exclusiva o mayormente letrada como la de los dos siglos pasados, porque esa sociedad no existe más ni volverá a existir en el futuro. Pero sí que tenemos pendiente la discusión de cuál es el lugar de lo escrito en el conjunto de la comunicación y el poder contemporáneo, y cuánto libera a cualquier ciudadano ser educado en esos dominios. Por el momento, mi posición es simple: cuanto menos crítico es un ciudadano en términos de la cultura escrita y su manejo del saber por escrito, más fácil es engañarlo. Los resultados de esta evidente tesis están a la vista en la distancia cada vez mayor entre el saber científico o humanístico de primera categoría, y el conocimiento social general. También, y es más preocupante, entre el saber que informa las decisiones políticas de alto nivel —que es siempre en alguna medida saber escrito— y el conocimiento de los motivos de esas decisiones por parte del ciudadano.

Finalmente, decir que no puede ser poco y pobre, pero todavía mejor que decir amén. Los profesores —aunque a menudo parezcan no tener ni idea de por qué siguen diciendo que noson en eso también como era Diógenes el Perro. Son de los tantos síntomas en esta sociedad cínica acerca de cuál es el problema que existe cuando una sociedad no quiere tener valores comunes ni jerarquía alguna —salvo la del dinero y el dominio— pero todavía quiere “educar a sus jóvenes”. Tienen la actitud correcta ante la paradójica impotencia esencial que parece ser consustancial al poder, incluso si el poderoso es un virtuoso. Alejandro Magno, el hombre más poderoso de su tiempo en Grecia, se cruzó dos veces, según los reportes de Diógenes Laercio y de Plutarco, con Diógenes el Perro. 

La primera vez el famoso filósofo se estiraba al sol en una vereda de Corinto. Alejandro, con la humildad de su grandeza, se arrimó y, confiado en el poder que ostentaba, lo interpeló: “¿Hay algo que pueda hacer por ti?” –“Cómo no. No me tapes el sol” fue la respuesta del filósofo. Aparentemente hubo una segunda conversación, que habría transcurrido entre ambos. Diógenes observaba una pila de huesos. Alejandro se acercó. Diógenes explicó lacónicamente: “estaba buscando los huesos de tu padre en esta pila, pero realmente no puedo distinguirlos de los huesos de los esclavos que tuvo”.