jueves, 6 de abril de 2017

Georg Simmel . Pensamientos que cruzan tiempos





   
Georg Simmel fue  de los grandes pensadores urbanos y quizás de los primeros filósofos que entendió la profunda transformación que el hombre padecería en los cada vez mayores hacinamientos urbanos.  Tuvo, además de otras innegables virtudes intelectuales, la enorme capacidad de reconocer el problema tempranamente y hacerlo sencillo y penetrante a la explicación . Despertó por supuesto como todo pensamiento nuevo, que ataca el pensamiento dominate muchas y duras críticas en su momento. Hoy, nadie es capaz de negar la brillantez y profundidad de su pensamiento y la inteligencia ágil  de avizorarlo tempraneramente .  Vivió y desarrolló su obra en la Alemania del siglo XIX mayormente en la ciudad de Berlin.
 
 
 
 
 
Nació en Alemania, Berlín en 1858  y falleció en  Estrasburgo, Francia, 1918. Dedicó su vida a la filosofía y la sociología, disciplinas que enseñó  en las universidades de Berlín (1885-1914) y Estrasburgo (1914-1918).  Contribuyó en alto grado  a la inseción y legitimación  de la sociología como ciencia en la  Alemania de su época y trazó sus líneas  metodológicas. Dedicó  especial atención al problema de la autoridad y la obediencia la que reflejó con brillantez en su obra  Filosofía del dinero (1900) presentando en ella un diagnóstico pesimista sobre el futuro del hombre enfrentado a  la especialización y despersonalización de las relaciones sociales en el contexto de una economía monetarista.
 
Dejo a ustedes un interesante ensayo del pensador español contemporáneo Josep Pradas en su muy interesante reseña  sobre el libro Las grandes ciudades y la vida intelectual.


 
 
Reseña de Georg Simmel: Las grandes ciudades y la vida intelectual, Madrid, Hermida Editores, 2016. 

Fuente:  Josep Pradas  
http://www.lacavernadeplaton.com/resenasbis/simmel1617.htm

 
Texto de 1903, escrito para una conferencia en la que Simmel explica a grandes rasgos buena parte de su Filosofía del dinero (1900). Un texto, por tanto, corto, en formato de discurso que va a ser leído. El grueso del volumen editado por Hermida corresponde a un estudio preliminar que explica las ideas generales de este gran pionero de la sociología, todo un heterodoxo si tenemos en cuenta el peso de Durkheim en la maduración de la sociología como ciencia a finales del siglo XIX. Una ocasión más para entrar en contacto con este clásico del pensamiento social.
En este punto, la sociología de su época (¿acaso ha dejado de hacerlo?) se plantea la relación del individuo con su entorno social, y advierte las tensiones que esa relación genera en uno y otro. Incluso desde la psicología se advierte tal tensión: la sociedad como foco de la represión de las pulsiones individuales, cuyo control es necesario para garantizar un mínimo orden colectivo, como apunta Freud. También Nietzsche ha dicho lo suyo. La sociedad moderna y su sociología se enfrentan al problema de la resistencia del sujeto a ser absorbido por las estructuras sociales. Durkheim echa mano del organicismo; Tarde del individualismo. La sociedad es un cuerpo unitario o un agregado de unidades. Simmel afronta la cuestión considerando la genética de las ciudades y la pervivencia del individuo en las grandes ciudades.
Para ello cabe distinguir entre ciudades y grandes ciudades. Los cambios cuantitativos, en este punto, acaban generando cambios cualitativos. Para Simmel, la frontera está a partir del desarrollo de las metrópolis de finales del siglo XIX: Londres, París, Nueva York, etc. Por debajo de ellas, lo mismo da que hablemos de Weimar que de Palencia. Incluso la Atenas de Pericles es de segunda categoría, a pesar de su incipiente cosmopolitismo. Las metrópolis son un fenómeno eminentemente propio de finales del siglo XIX, fenómeno que ya podríamos etiquetar de posmoderno, salvo que Simmel desconocía tal etiqueta.
Las grandes ciudades producen una forma especial de violencia que disuelve al individuo que las habita. No lo disuelve en el sentido que lo absorbe, sino en tanto que lo aísla y somete a un ritmo tan frenético que el sujeto debe refugiarse. Pero como no vive en un pueblo o en una ciudad, sino en una gran ciudad, no puede refugiarse en entornos cercanos con los que sostiene un vínculo emocional, sino que debe buscar refugio en sí mismo, en su propia conciencia racional. Las ciudades y las áreas rurales permiten un arraigo emocional a su espacio, y mejores contactos personales, de manera que el individuo no se siente aislado. Pero las grandes ciudades generan una violencia que tiene mucho que ver con la modalidad de los intercambios comerciales que propicia, puramente monetarios, mecánicos, societarios, tan diferentes de los que se llevan a cabo en los medios urbanos más pequeños o en los rurales, donde los que intercambian se conocen y se reconocen como personas.
He aquí el diagnóstico de Simmel: las grandes ciudades no contribuyen al individualismo, dado que no contemplan al sujeto como entidad con identidad sino más bien como sujeto de un puro cálculo monetario que lo anula como entidad. A esa violencia despersonalizadora han contribuido grandemente la tecnificación de los hábitos y la precisión en la medida del tiempo. Simmel se refiere a la proliferación del uso de los relojes de bolsillo, a principios del siglo XX. De haber conocido nuestra época, la de los teléfonos multifunción, también de bolsillo, habría redundado en su diagnóstico, sin duda, sobre la despersonalización del sujeto, su pérdida de identidad por no poder contraponerse a algo firme, sólido, que intenta modelarlo. El sujeto a que se refiere Simmel no está lejos del sujeto actual, aunque todavía no ha sufrido la transformación posmoderna. Ambos están muy lejos del sujeto sometido al todo social, víctima de la represión de la moral imperante, de la cultura dominante, de la religión que ahoga los impulsos vitales. Este individuo habita las ciudades pequeñas y puede percibir todas esas fuerzas modeladoras de su yo, pero también es capaz de afirmarse frente a ellas y ofrecer resistencia, presentar batalla y canalizar sus pulsiones hacia diferentes manifestaciones creadoras. Pero en las grandes ciudades son otras las amenazas.
Las grandes ciudades son potenciales disolventes del sujeto, dice Simmel, y por eso Nietzsche siente antipatía por ellas: en ellas el sujeto no puede afirmarse sino que cae en el hastío, que es consecuencia de los mismos factores que a la vez generan la “creciente intensidad intelectual de la gran ciudad” (una oferta cultural que compite con la oferta comercial). El hastío es fruto del acusado agotamiento de las energías que el ir y venir de los intercambios mecánicos produce en el sujeto, que vive sometido a una dinámica de estímulos que no puede controlar. Algo así como el sujeto de hoy, que llega hastiado a su casa, esperando conectarse a su “Movistar Fusión, elige todo”. Además, en tanto que esa dinámica tiene mucho que ver con lo monetario, tiende a uniformizar todos los estamentos, “expresando las diferencias cualitativas en diferencias cuantitativas”, es decir, poniendo las diferencias entre las cosas bajo un común denominador. Para Simmel, semejante devaluación del mundo objetivo conduce a una devaluación de la persona y del sujeto.
Semejante estado es consistente con la indiferencia y extrañeza que llega a sentir el individuo ante los demás, innumerables elementos extraños que habitan las grandes ciudades, a diferencia de los pocos vecinos que uno encuentra en las ciudades pequeñas o en los pueblos, personas a las que se conoce y se trata con cierta cercanía. Con todo, los sentimientos (indiferencia, aversión, simpatía) que los otros generan en el sujeto aislado de la gran ciudad son ligeros y breves, fugaces (alguien diría hoy “líquidos”). Poner distancia ante los demás es, para Simmel, la única forma de sobrellevar la existencia en una gran ciudad. Pero nos va a sorprender advirtiendo que en ese antagonismo del sujeto aislado frente a la masa informe de ciudadanos, ante la cual no puede afirmarse porque también la masa es indiferente hacia él, se encuentra una de las formas más elementales de la socialidad humana: la búsqueda de vínculos con otros individuos con los que se comparte alguna afinidad, dando lugar a círculos estrechos, de poco alcance, en los que los sujetos se sienten cómodos y reconocidos como tales; lo que Lipovetsky ha llamado, en La era del vacío, formas de micro-socialidad compensatoria.
Para Simmel, estas formas de socialidad son más bien primigenias. En ellas, el sujeto se encuentra bajo “una rigurosa delimitación y unidad centrípeta y, por lo tanto, no puede conceder al individuo ninguna libertad ni peculiaridad de desarrollo interno o externo”, afirma. Son, a la vez, el germen de formas más desarrolladas y complejas de socialidad: la ampliación del grupo conduce a una difuminación de sus límites y a un creciente grado de libertad interna, cosa que favorece los intercambios con otros grupos. Todas las formas de agrupación pasan por estos momentos, de la delimitación a la ampliación. Del provincialismo al cosmopolitismo.
Aun paradójicas, la descripción de Simmel y la de Lipovetsky son similares, sólo que éste sitúa el momento de delimitación en el final del proceso, fruto de la necesidad de apego y vínculos, aunque ligeros, del sujeto que vive aislado en las grandes ciudades y en una sociedad altamente mecanizada y mecanicista, y como resultado de un exceso de indeterminación y de la necesidad de hallar límites  bien definidos, hasta el punto de someterse voluntariamente las imposiciones internas que emanan de estos grupos de micro-socialidad compensatoria. Compensatoria de la indiferencia y el hastío que acompañan al sujeto libre pero aislado en medio de las grandes ciudades. Lipovetsky habla de una sociedad que ya ha recorrido el camino trazado por Simmel, y está de vuelta del cosmopolitismo hasta el punto de anhelar el provincialismo e incluso el feudalismo, sin salir de Manhattan. La nueva Edad Media está aquí, anunciaba Umberto Eco hace ya décadas.
Pero, ¿qué ocurre con la vida intelectual en las grandes ciudades? En realidad, Simmel se refiere a la vida espiritual, a la cultura en sentido amplio. En este sentido, la vida cultural de las grandes ciudades depende directamente de aquella dinámica de expansión desde el interior: cuanto más crece en extensión y amplitud, la libertad interna de sus habitantes y la posibilidad de sus intercambios aumentan cualitativamente, igual que sube la renta de los propietarios de inmuebles del centro, sin que deban hacer demasiados esfuerzos. En esa dinámica de crecientes intercambios se llega a un punto en que ni siquiera depende de las grandes individualidades que los impulsan, para llegar a alimentarse por si misma. Por eso se dice que Weimar, pequeña ciudad, murió con la desaparición de los grandes personajes que la habitaron.
Sin la libertad específica de las grandes ciudades, sigue Simmel, no podríamos categorizar las formas culturales de las grandes ciudades en su especificidad: la libertad individual produce diversidad cultural, pero sólo se manifiesta a gran escala en las grandes ciudades, al compás de las diversas formas de producción económica, en ese caso orientada hacia una progresiva dinámica de sofisticación. Tales formas culturales resultan, pues, individualizadas en formas de “distinción cualitativa” tendente a la excentricidad, para obtener así una mayor visibilidad en el interior de un círculo lleno de competidores que pugnan por obtener esa misma distinción. Hay que exagerar para hacer perceptible la individualidad, pero con todo, la suma de individuos transforma la ciudad en un magma de polvo en el que los sujetos son intangibles, una atrofia de lo individual, desbordado por la hipertrofia de lo cultural. Sólo a través de una socialidad a pequeña escala, añadiría Lipovetsky, permitiría al individuo sobresalir, hacerse ver en un magma más reducido, al precio de limitar el alcance de sus acciones. Por eso la cultura posmoderna se reduce al grupúsculo, renuncia a la expansión, prefiere el ámbito de la proximidad, de la inmediatez.




lunes, 27 de febrero de 2017

Cosa de óscares







Cosas de óscares, afortunadamente  ajenos . Ajenidad que desde la obligada globalidad  incluye sin posibilidad alguna de exclusion,  cierto desalentado asombro o ese algo así, como ese sentimiento confuso dado en llamar "verguenza ajena", pese a lo predecible e inevitable en un espectáculo de tales caracteristicas, sobre el cual, encaja a la perfeccion lo que nos dice el algo olvidado aún cuando cada vez más vigente y presente Guy Debord  y su obra La Sociedad del espectáculo


"La vida entera de las sociedades en las que imperan las condiciones de produccion modernas se anuncia como una inmensa acumulacion de espectáculos. Todo lo directamente experimentado se ha convertido en una representación."

Warren Beatty. de Jaime Clara

Algunas anotaciones acerca de los "Oscar"
Tomado de : https://notisur24.com/2016/02/28/cosas-curiosas-sobre-la-estatuilla-del-oscar/
La academia de Artes y Ciencias Cinematográficas (Academy of Motion Picture Arts and Sciences) es una organización estadounidense creada inicialmente para promover la industria de cine en aquel país. Fue fundada el 11 de mayo de 1927 en Los Ángeles, California. Fue fundadael 11 de mayo de 1927 en Los Angeles

Esta organización es conocida mundialmente por sus premios anuales a los films de Hollywood, popularmente conocidos como “los Oscar”. En vista de esta conmemoración te traemos algunos datos curiosos sobre la codiciada estatuilla:

Su figura representa a un caballero armado con una espada que aguarda de pie sobre un rollo de película con cinco radios. Cada radio simboliza una de las cinco ramas originales de la Academia: actores, guionistas, directores, productores y técnicos.




Creada en 1928, esta estatuilla fue diseñada por Cedric Gibbons, director artístico de Metro Goldwyn Meyer, aunque fue el artista George Stanley quien la esculpió.


Oscar mide poco más de 34 centímetros y pesa unos cuatro kilos. Siempre ha mantenido el mismo diseño, aunque ha sufrido algún cambio a lo largo de su historia. De entrada, el material con el que se fabrica: en sus orígenes, la estatuilla era de bronce macizo bañado en oro, pero poco después pasó a elaborarse en una aleación que permitía darle un acabado pulido.





Entre 1942 y 1944, los Oscar se fabricaron excepcionalmente en yeso: eran tiempos de guerra… Una vez superada la crisis, sus dueños pudieron cambiar esos premios temporales por las clásicas estatuillas doradas.


Por otra parte, las figuras no siempre han llevado número de serie en la base. Empezaron a ser numeradas en 1949, y se tomó el Nº 501 como punto de partida.

Cada año se fabrican entre 50 y 60 estatuillas: las que no cumplen todos los controles de calidad son partidas y fundidas de nuevo. Se calcula que para fabricar un Oscar se necesitan 12 personas que tardan unas 20 horas en elaborarla.


En un principio, el premio no tenía nombre, y tanto la prensa como la gente de la industria se refería a ella como “la estatuilla de la Academia”, “el trofeo dorado” o “la estatuilla al mérito”.


Dicen que fue Margaret Herrick, bibliotecaria de la Academia y más tarde directora ejecutiva, quien “bautizó” a la figura como Oscar. Al parecer, Herrick comentó que el caballero de la espada le recordaba a su tío Oscar, y desde entonces la Academia empezó a referirse a ella de esa manera.

El nombre se hizo popular en 1934, cuando Sidney Skolsky lo usó en su columna periodística para hablar del premio a la mejor actriz para Katharine Hepburn. Aunque la Academia no lo empleó de forma oficial hasta 1939.







Oscar Audiences Since 2000
2016 — 34.3 million viewers
2015 — 37.3 million viewers
2014 — 43.7 million viewers
2013 — 40.4 million viewers
2012 — 39.5 million viewers
2011 — 37.9 million viewers
2010 — 41.6 million viewers

2009 — 36.9 million viewers
2008 — 31.8 million viewers (low)

2007 — 39.9 million viewers
2006 — 38.6 million viewers
2005 — 42.2 million viewers
2004 — 43.6 million viewers

2003 — 33.0 million viewers
2002 — 40.5 million viewers
2001 — 42.9 million viewers
2000 — 46.5 million viewers (high)