miércoles, 25 de junio de 2014

De los uruguayos y su extraña manera de pensar la juventud

La fecha de vencimiento

Hugo Burel
Tomada de Diario El Pais. Montevideo.Uruguay

Alguien me comentó una vez que en el Uruguay, la juventud dura lo suficiente como para llegar a viejos sin darnos cuenta. La reflexión apunta a que en ciertos ámbitos de nuestro país, la condición de joven se prolonga de acuerdo a parámetros no siempre veraces u objetivos. Solo eso puede explicar que, tras las recientes elecciones primarias, se valorase que pese a la baja cantidad de votantes que tuvo la jornada, hubo claras afirmaciones a favor de candidatos jóvenes y se puso como ejemplo a Luis Lacalle Pou —que tiene 40 años—, junto con Pedro Bordaberry, de 54 y Raúl Sendic, de 52. También se incluyó a Constanza Moreira, de 54, en el grupo de los valorados por su baja edad.

La juventud que se les atribuye a esos políticos expresa una gran subjetividad y un relativismo que tal vez se justifica en función de nuestro actual presidente que, ya casi octogenario, eleva la cota de la edad apta para cargos electivos. Los señalados más arriba , en realidad son adultos que transitan la madurez y que solo pueden ser llamados “jóvenes” en un país envejecido y conservador que es renuente a confiar a jóvenes genuinos cargos importantes, en especial en el sector público y más aún en funciones ejecutivas de alta responsabilidad. Basta repasar el actual elenco ministerial o los entes del Estado para ver esa carencia. Sin embargo, el eje de la campaña que se avecina: la oposición entre juventud —relativa— y vejez —o experiencia como algún candidato argumenta— está poniendo de manifiesto también un aspecto que afecta a todo el sistema político: ¿cuál es la edad más apta o ideal para ser presidente de la República? O, dicho desde otro ángulo: ¿existe fecha de vencimiento para ocupar ese cargo? El clásico ejemplo de Konrad Adenauer, que en el siglo pasado dejó de ser canciller de la República Federal con 87 años, es una circunstancia notable, pero no una regla.

Para el común de los habitantes de este país se establecen topes para seguir trabajando según los años que se tengan. La causal jubilatoria más común es tener 60 años de edad y 35 de servicio, y esta afecta también a la administración pública. Un actor de la Comedia Nacional o un Ministro de la Suprema Corte de Justicia deben retirarse de la actividad al cumplir 70 años, sin importar cuán activos, lúcidos, experimentados o capaces se sientan. ¿Por qué una limitación similar no corre para el cargo más importante de la nación? Es notable que nuestra Constitución no ponga otra condición para aspirar a Presidente, que la de ser ciudadano natural y tener 33 años cumplidos de edad. Hay una edad mínima, pero no una máxima. ¿En base a qué circunstancia vital o biológica alguien de, por ejemplo, 28 años, no califica para postularse a Presidente, pero uno de 74 sí? Ahí hay otra campaña en pro de la baja de la edad que algún día habría que impulsar.

Pienso por ejemplo en José Pedro Varela, el gran reformador de nuestra enseñanza, que murió con apenas 34 años luego de haber desarrollado una tarea que lo llevó al máximo cargo de la instrucción pública, durante el gobierno de Latorre. Llama la atención que en esa época no se desconfiara de sus atributos y su capacidad en función de su edad. Con su barba profusa quizá impresionaba como un hombre de más años. Además, en esa segunda mitad del Siglo XIX, la expectativa de vida de un hombre era menor. Es decir: en esos tiempos se era viejo más joven, pero Varela era joven cuando desarrolló su reforma. Hoy parece ser al revés, la juventud se extiende indefinidamente y a la vejez se la llama experiencia.

martes, 24 de junio de 2014

Cosas del Brasil y el Mundial de Fútbol 2014




Tomado del Blog del Banco Mundial













 
 
 
Para la mitad del planeta “movilizarse” durante la Copa Mundial posiblemente signifique un corto viaje entre el televisor y la nevera para tomar su bebida o aperitivo preferido. Pero para unos cuatro millones de personas que visitan Brasil, ir de un lugar a otro en las 12 sedes del mundial, puede ser un verdadero vía crucis, entre otros porque enfrentan uno de los tráficos más pesados del mundo y sistemas de transporte público que no siempre dan abasto. 

El camino hasta la fecha no ha sido fácil: durante los últimos cuatro años el país sudamericano ha recibido inversiones estatales estimadas en $13.750 millones de dólares y se ha inmerso en una carrera contrarreloj para renovar sus infraestructuras, ampliar la capacidad hotelera o perfeccionar los sistemas satelitales para que literalmente medio mundo -unas 3.500 millones de personas- pueda ver los partidos desde un televisor.

El resultado: Brasil es el segundo país con más aeropuertos del mundo (tiene 4.000) y el cuarto con más kilómetros de carreteras.
Pero ahora, en el momento decisivo, ¿han valido la pena todos estos esfuerzos e inversiones? ¿Están las infraestructuras brasileñas preparadas para garantizar la movilidad eficiente de las hinchadas dentro de las ciudades y entre ellas?

Los problemas más serios posiblemente se ocasionen en las propias ciudades donde se disputarán los partidos. A pesar de que el gobierno ofreció días feriados o jornadas laborales reducidas para aliviar el tráfico, durante los primeros partidos se registraron atascos en Brasilia, El Salvador, Fortaleza o Belo Horizonte.

Y aunque son varios los proyectos de infraestructura que no se llevaron a cabo –entre ellos la construcción del tren de alta velocidad que debe unir Sao Paulo y Río-, el país ha logrado, en líneas generales, ampliar su capacidad para prestar servicios en aeropuertos, hoteles, calles, autopistas o líneas ferroviarias, en unos avances que trascenderán la Copa.
Gustavo Gukovas, un estudiante de 23 años que viajó de Sao Paulo a Brasilia para ver el partido de Suiza contra Ecuador, explica que no tuvo ningún problema en los aeropuertos, pero que optó por no irse al estadio en coche.

“Caminamos porque no sabíamos cómo estaría el tráfico y, llegando al estadio, tardamos casi una hora para sentarnos porque no encontramos ninguna señalización informando dónde estaba la entrada. Cuando llegamos el partido ya había comenzado”, contó Gukovas.
Solo en Río de Janeiro se espera que cada día más 320.000 personas circulen por el Transcarioca, un sistema de autobuses que conecta el aeropuerto con las principales sedes mundialistas, entre ellas el estadio de Maracaná, y que espera aliviar el tráfico de la ciudad.
“La mayor frustración de los brasileños es que las mejoras de transporte prometidas no estarán listas para el Mundial. Muchas de las soluciones que se aplicaron para aliviar el tráfico fueron improvisadas, como la suspensión de clases o el dar feriados nacionales”, explica Gil Castello Branco, secretario general del think tank brasileño Contas Abertas.



Mejoras sustanciales

En cuanto a la conectividad entre ciudades, la situación parece menos preocupante. El auge económico de Brasil durante la última década vino acompañado de importantes mejoras en las infraestructuras de transporte, como lo explica Grégoire Gauthier, experto en transporte del Banco Mundial.
Esto ha sido esencialmente gracias a la expansión de sus aeropuertos y a la ampliación de sus carreteras, según Gauthier. El número de viajes aéreos se ha incrementado un 10% anual en los últimos años, aunque se calcula que el transporte por carretera creció un 50% desde 2000 a 2011.
Paralelamente, el país calcula que las mejoras en la infraestructura aeroportuaria permitirán aumentar en un 81% la capacidad de recepción de pasajeros durante la copa del mundo. Nacionalmente, opinan los expertos, Brasil tiene el reto de balancear mejor su matriz de transporte para que sea más eficiente, más limpia y menos costosa.

Iniciativas más allá del Mundial
En un intento por compensar algunos de los déficits de infraestructura, varias ciudades brasileñas están desarrollando programas innovadores para mejorar la movilidad urbana y reducir los atascos en los principales núcleos urbanos del país.

Curitiba, por ejemplo, se convirtió en un referente de movilidad urbana regional tras la creación del primer sistema de transporte rápido de la región, posteriormente replicado en Bogotá, Lima, México D. F. o Santiago.

En Sao Paulo, donde los habitantes pueden perder hasta tres o cuatro horas en el tráfico inmóvil, varias empresas locales ofrecieron a su personal la posibilidad de horarios flexibles o trabajar desde su casa, además de subsidios para quienes usen el transporte público, vehículos fletados o bicicletas.

Río de Janeiro es otra de las ciudades que va a la vanguardia. Actualmente está desarrollando un programa para medir los patrones de movimiento de los vehículos que circulan por la ciudad, a través de los teléfonos celulares. El proyecto, entre otros retos, pretende reducir sustancialmente el tiempo de viaje de los ciudadanos.