Georg Simmel fue de los grandes pensadores urbanos y quizás de los primeros filósofos que entendió la profunda transformación que el hombre padecería en los cada vez mayores hacinamientos urbanos. Tuvo, además de otras innegables virtudes intelectuales, la enorme capacidad de reconocer el problema tempranamente y hacerlo sencillo y penetrante a la explicación . Despertó por supuesto como todo pensamiento nuevo, que ataca el pensamiento dominate muchas y duras críticas en su momento. Hoy, nadie es capaz de negar la brillantez y profundidad de su pensamiento y la inteligencia ágil de avizorarlo tempraneramente . Vivió y desarrolló su obra en la Alemania del siglo XIX mayormente en la ciudad de Berlin.
Nació en Alemania, Berlín en 1858 y falleció en Estrasburgo, Francia, 1918. Dedicó su vida a la filosofía y la sociología, disciplinas que enseñó en las
universidades de Berlín (1885-1914) y Estrasburgo (1914-1918). Contribuyó en alto grado a la inseción y legitimación de la sociología como ciencia en la Alemania de su época y trazó sus líneas metodológicas. Dedicó especial atención al
problema de la autoridad y la obediencia la que reflejó con brillantez en su obra Filosofía del dinero
(1900) presentando en ella un diagnóstico pesimista sobre el futuro del hombre enfrentado a la especialización y despersonalización de las
relaciones sociales en el contexto de una economía monetarista.
Dejo a ustedes un interesante ensayo del pensador español contemporáneo Josep Pradas en su muy interesante reseña sobre el libro Las grandes ciudades y la vida intelectual.
Reseña de Georg Simmel: Las grandes ciudades y la vida intelectual, Madrid, Hermida Editores, 2016.
Fuente: Josep Pradas
http://www.lacavernadeplaton.com/resenasbis/simmel1617.htm
Texto de 1903, escrito para una conferencia en la que Simmel explica a grandes rasgos buena parte de su Filosofía del dinero
(1900). Un texto, por tanto, corto, en formato de discurso que
va a ser leído. El grueso del volumen editado por Hermida
corresponde a un estudio preliminar que explica las ideas
generales de este gran pionero de la sociología, todo un
heterodoxo si tenemos en cuenta el peso de Durkheim en la
maduración de la sociología como ciencia a finales del siglo XIX.
Una ocasión más para entrar en contacto con este clásico
del pensamiento social.
En este punto, la sociología de su época (¿acaso ha dejado
de hacerlo?) se plantea la relación del individuo con su entorno
social, y advierte las tensiones que esa relación genera en uno y
otro. Incluso desde la psicología se advierte tal tensión:
la sociedad como foco de la represión de las pulsiones
individuales, cuyo control es necesario para garantizar un mínimo
orden colectivo, como apunta Freud. También Nietzsche ha dicho
lo suyo. La sociedad moderna y su sociología se enfrentan al
problema de la resistencia del sujeto a ser absorbido por las
estructuras sociales. Durkheim echa mano del organicismo; Tarde
del individualismo. La sociedad es un cuerpo unitario o un
agregado de unidades. Simmel afronta la cuestión considerando la
genética de las ciudades y la pervivencia del individuo en
las grandes ciudades.
Para ello cabe distinguir entre ciudades y grandes
ciudades. Los cambios cuantitativos, en este punto, acaban
generando cambios cualitativos. Para Simmel, la frontera está a
partir del desarrollo de las metrópolis de finales del siglo XIX:
Londres, París, Nueva York, etc. Por debajo de ellas, lo mismo
da que hablemos de Weimar que de Palencia. Incluso la
Atenas de Pericles es de segunda categoría, a pesar de su
incipiente cosmopolitismo. Las metrópolis son un fenómeno
eminentemente propio de finales del siglo XIX, fenómeno que ya
podríamos etiquetar de posmoderno, salvo que Simmel desconocía
tal etiqueta.
Las grandes ciudades producen una forma especial de
violencia que disuelve al individuo que las habita. No lo
disuelve en el sentido que lo absorbe, sino en tanto que lo aísla
y somete a un ritmo tan frenético que el sujeto debe refugiarse.
Pero como no vive en un pueblo o en una ciudad, sino en una gran
ciudad, no puede refugiarse en entornos cercanos con los que
sostiene un vínculo emocional, sino que debe buscar refugio
en sí mismo, en su propia conciencia racional. Las ciudades y las
áreas rurales permiten un arraigo emocional a su espacio, y
mejores contactos personales, de manera que el individuo no
se siente aislado. Pero las grandes ciudades generan una
violencia que tiene mucho que ver con la modalidad de los
intercambios comerciales que propicia, puramente monetarios,
mecánicos, societarios, tan diferentes de los que se llevan a
cabo en los medios urbanos más pequeños o en los rurales,
donde los que intercambian se conocen y se reconocen como
personas.
He aquí el diagnóstico de Simmel: las grandes ciudades no
contribuyen al individualismo, dado que no contemplan al sujeto
como entidad con identidad sino más bien como sujeto de un puro
cálculo monetario que lo anula como entidad. A esa violencia
despersonalizadora han contribuido grandemente la
tecnificación de los hábitos y la precisión en la medida del
tiempo. Simmel se refiere a la proliferación del uso de los
relojes de bolsillo, a principios del siglo XX. De haber conocido
nuestra época, la de los teléfonos multifunción, también de
bolsillo, habría redundado en su diagnóstico, sin duda, sobre
la despersonalización del sujeto, su pérdida de identidad por no
poder contraponerse a algo firme, sólido, que intenta modelarlo.
El sujeto a que se refiere Simmel no está lejos del sujeto
actual, aunque todavía no ha sufrido la transformación
posmoderna. Ambos están muy lejos del sujeto sometido al todo
social, víctima de la represión de la moral imperante, de la
cultura dominante, de la religión que ahoga los impulsos
vitales. Este individuo habita las ciudades pequeñas y puede
percibir todas esas fuerzas modeladoras de su yo, pero también es
capaz de afirmarse frente a ellas y ofrecer resistencia,
presentar batalla y canalizar sus pulsiones hacia diferentes
manifestaciones creadoras. Pero en las grandes ciudades son
otras las amenazas.
Las grandes ciudades son potenciales disolventes del
sujeto, dice Simmel, y por eso Nietzsche siente antipatía por
ellas: en ellas el sujeto no puede afirmarse sino que cae en el
hastío, que es consecuencia de los mismos factores que a la vez
generan la “creciente intensidad intelectual de la gran
ciudad” (una oferta cultural que compite con la oferta
comercial). El hastío es fruto del acusado agotamiento de las
energías que el ir y venir de los intercambios mecánicos produce
en el sujeto, que vive sometido a una dinámica de estímulos que
no puede controlar. Algo así como el sujeto de hoy, que
llega hastiado a su casa, esperando conectarse a su “Movistar
Fusión, elige todo”. Además, en tanto que esa dinámica tiene
mucho que ver con lo monetario, tiende a uniformizar todos los
estamentos, “expresando las diferencias cualitativas en
diferencias cuantitativas”, es decir, poniendo las diferencias
entre las cosas bajo un común denominador. Para Simmel, semejante
devaluación del mundo objetivo conduce a una devaluación de la
persona y del sujeto.
Semejante estado es consistente con la indiferencia y
extrañeza que llega a sentir el individuo ante los demás,
innumerables elementos extraños que habitan las grandes ciudades,
a diferencia de los pocos vecinos que uno encuentra en las
ciudades pequeñas o en los pueblos, personas a las que se conoce y
se trata con cierta cercanía. Con todo, los sentimientos
(indiferencia, aversión, simpatía) que los otros generan en el
sujeto aislado de la gran ciudad son ligeros y breves, fugaces
(alguien diría hoy “líquidos”). Poner distancia ante los demás
es, para Simmel, la única forma de sobrellevar la
existencia en una gran ciudad. Pero nos va a sorprender
advirtiendo que en ese antagonismo del sujeto aislado frente a la
masa informe de ciudadanos, ante la cual no puede afirmarse
porque también la masa es indiferente hacia él, se
encuentra una de las formas más elementales de la socialidad
humana: la búsqueda de vínculos con otros individuos con los que
se comparte alguna afinidad, dando lugar a círculos estrechos, de
poco alcance, en los que los sujetos se sienten cómodos y
reconocidos como tales; lo que Lipovetsky ha llamado, en La era del vacío, formas de micro-socialidad compensatoria.
Para Simmel, estas formas de socialidad son más bien
primigenias. En ellas, el sujeto se encuentra bajo “una rigurosa
delimitación y unidad centrípeta y, por lo tanto, no puede
conceder al individuo ninguna libertad ni peculiaridad de
desarrollo interno o externo”, afirma. Son, a la vez, el germen
de formas más desarrolladas y complejas de socialidad: la
ampliación del grupo conduce a una difuminación de sus límites y a
un creciente grado de libertad interna, cosa que favorece los
intercambios con otros grupos. Todas las formas de agrupación
pasan por estos momentos, de la delimitación a la
ampliación. Del provincialismo al cosmopolitismo.
Aun paradójicas, la descripción de Simmel y la de
Lipovetsky son similares, sólo que éste sitúa el momento de
delimitación en el final del proceso, fruto de la necesidad de
apego y vínculos, aunque ligeros, del sujeto que vive aislado en
las grandes ciudades y en una sociedad altamente mecanizada y
mecanicista, y como resultado de un exceso de indeterminación
y de la necesidad de hallar límites bien definidos, hasta el
punto de someterse voluntariamente las imposiciones internas que
emanan de estos grupos de micro-socialidad compensatoria.
Compensatoria de la indiferencia y el hastío que acompañan al
sujeto libre pero aislado en medio de las grandes ciudades.
Lipovetsky habla de una sociedad que ya ha recorrido el camino
trazado por Simmel, y está de vuelta del cosmopolitismo hasta el
punto de anhelar el provincialismo e incluso el
feudalismo, sin salir de Manhattan. La nueva Edad Media está
aquí, anunciaba Umberto Eco hace ya décadas.
Pero, ¿qué ocurre con la vida intelectual en las grandes
ciudades? En realidad, Simmel se refiere a la vida espiritual, a
la cultura en sentido amplio. En este sentido, la vida cultural
de las grandes ciudades depende directamente de aquella dinámica
de expansión desde el interior: cuanto más crece en
extensión y amplitud, la libertad interna de sus habitantes y la
posibilidad de sus intercambios aumentan cualitativamente, igual
que sube la renta de los propietarios de inmuebles del centro,
sin que deban hacer demasiados esfuerzos. En esa dinámica de
crecientes intercambios se llega a un punto en que ni siquiera
depende de las grandes individualidades que los impulsan, para
llegar a alimentarse por si misma. Por eso se dice que Weimar,
pequeña ciudad, murió con la desaparición de los grandes
personajes que la habitaron.
Sin la libertad específica de las grandes ciudades, sigue
Simmel, no podríamos categorizar las formas culturales de las
grandes ciudades en su especificidad: la libertad individual
produce diversidad cultural, pero sólo se manifiesta a gran
escala en las grandes ciudades, al compás de las diversas
formas de producción económica, en ese caso orientada hacia una
progresiva dinámica de sofisticación. Tales formas culturales
resultan, pues, individualizadas en formas de “distinción
cualitativa” tendente a la excentricidad, para obtener así una
mayor visibilidad en el interior de un círculo lleno de
competidores que pugnan por obtener esa misma distinción. Hay que
exagerar para hacer perceptible la individualidad, pero con
todo, la suma de individuos transforma la ciudad en un
magma de polvo en el que los sujetos son intangibles, una atrofia
de lo individual, desbordado por la hipertrofia de lo cultural.
Sólo a través de una socialidad a pequeña escala, añadiría
Lipovetsky, permitiría al individuo sobresalir, hacerse ver en
un magma más reducido, al precio de limitar el alcance de sus
acciones. Por eso la cultura posmoderna se reduce al grupúsculo,
renuncia a la expansión, prefiere el ámbito de la proximidad,
de la inmediatez.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Bienvenidos. Muchas gracias
Los comentarios son enriquecedores y estimulantes.
Puedes también visitarme en mi otro blog