viernes, 15 de octubre de 2010

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Cuento               



A Noemia que no le gustan las pc

Ensimismado y en aire ausente, con  movimientos   lentos    de pausas y  largos de  suspensos  , el   hombre se acercó a la computadora que desde la luminosidad de su pantalla gris  lanzaba    monótonos y aburridos  caleidoscopios , que observados en la repetición  de sus secuencias parecían sumarle al normal fluir del tiempo,  además de  lo    inexorable   ,  un mudo mensaje de inevitabilidad  .
La observó  con curiosidad  y  se puso a rememorar uno a uno  los últimos y recientes episodios, tanto  los anteriores a su compra, es decir todo ese entusiasmo y proyectos que parecen crear espacios y más de las veces esconden vacíos, o por lo menos los disimulan, y los posteriores , que hacen a la actualidad. 
Recuerda perfectamente las enojosas gestiones para obtener el préstamo de dinero, las negociaciones para conseguir la mayor extensión posible del plazo de vencimiento ,  la  vendedora y su  profesional  sonrisa colgada siempre en su cara , sus  vendedoras polleras cortas y sus  lindas  piernas largas.
También   recuerda el esperado    episodio doméstico ,  la caja enorme subiendo escaleras y  el bullicio  alegre a su llegada al apartamento,  la ansiedad de ambos ante lo nuevo y la satisfacción del logro de lo deseado. También en nuestras cabezas  estaba la expectativa de la nueva tecnología hasta hace muy poco , temas   del futuro  y con ella la posibilidad cierta de acceso a  nuevos  espacios de información inconmensurables,  es decir todos esos etcéteras que anuncian y pronuncian las reglas  del mercado a través de sus  espacios  publicitarios,    y desde donde  también amenaza y condena a los herejes. Por eso  y todo eso ,  estábamos contentos y satisfechos. Luego, recuerda,  algunos pequeños problemas,  funcionales a la novedad y  celos menores  de  fácil arreglo , referidos a supuestas y siempre consabidas nunca cumplidas normas de uso, todo esto,   ya con la computadora  y su  cerebro  iluminando el dormitorio, donde luego de algunas negociaciones y débiles  negativas del hombre, habíase  al fin instalado la  imperturbable seriedad cibernética del nuevo habitante de la casa. También recordó, que  ya desde esa primera noche, comenzó  a no dormir como antes. De un tirón y sin pesadillas. Ahora le parecía reconocer en pequeños ruidos y los pequeños resplandores de las  luces de encendido de la máquina,  un algo ominoso que lo intranquilizaba . Para la  mujer,  desde el inicio congeniaron  vidas y actividades, a ojos vistas    se hicieron facilmente  compatibles. La rutina de los días, los de el hombre, a no ser la pérdida de aquel sueño tranquilo y feliz, transformado en otro cargado  de  pequeños  sobresaltos,  no  atribuible en aquel entonces a nada, se sucedían en la felicidad pasiva de la rutina. La mujer, ídem. Sin pérdidas. Por lo menos advertibles. Alguna vez, intentó aproximarse  al tema, compartir preocupación con su mujer,  el hombre recuerda especialmente una de estas oportunidades , en la penumbra del  dormitorio lleno aún el espacio de rutina conyugal, los dos enfrentando el techo, los dos extraviados en sus  pequeños espacios íntimos ,  abordó el asunto   con poco entusiasmo,  prejuiciando de puro conocerse, que no iba a ser capaz de explicarse, pero esa vez , recuerda que fue cuando mas cerca estuvo, de hablar, pero como lo preveía, lo suyo no pasó de un breve comentario, sin sostén de energía,  ni pretensiones. La mujer sin demostrar  ningún interés ni esforzarse en diálogos ni argumentos.  Dijo varios si, algunos te parece, y sin emoción un no final a tomar decisión ya,  siempre en aire lejano del tema. Todo acerca , único tema,  si habría sido buena decisión instalar la máquina en el dormitorio. Algo más tarde, sorpresa y alivio , se decidió,  opinión de la mujer,  mudarla  aquella misma noche al dormitorio  de huéspedes. A la tarde siguiente, al entrar a casa, no notó de inmediato   cambio alguno , hasta que su mujer  luego de  saludarlo, con la misma naturalidad afectuosa de siempre,  cerró detrás de si la puerta, y sin emoción alguna le dijo que se había instalado con la máquina en el dormitorio de visitas como habían convenido,  pasó a su lado, dejó en el aire el aroma de su perfume preferido   y se encerró  en su nuevo dormitorio. Desde allí, un día si y otro también,  el hombre  oía  repiquetear el sonar  jubiloso del teclado. A veces a altas horas de la noche. A veces a cualquier hora.  El tiempo no cuenta, no tiene ahora en este momento, idea alguna, quizás pasó todo ese tiempo que hoy lo hace sentirse tan viejo, lo que si sabe, es que cuanto mas acuchillaba   la máquina más chillaba, pero ahora que la tiene sujeta levantanda en el aire , cuando la estrelle en el piso, al lado  de su mujer muerta  ya no gritará  más y  su vida volverá a ser la de antes.       j.n.viana 1998



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